Todo de Dios, sólo de Dios

Bonita definición que daba de sí mismo el Padre Juan y que constituía el ideal de su vida, formulación clara y tajante de agradar siempre  y en todo al Señor. Y de ahí que jamás pusiera condiciones en su entrega total, llegando a concretarla en su Diario de esta manera insólita: «Dios mío, haz de mí tu presa, como lo hiciste con María al pronunciar su fiat».

En consecuencia, insiste en identificarse con Jesús,  como lo exigía su sacerdocio y en dejarse invadir por Dios plenamente, viviendo siempre  en su presencia, para confrontar su sentir  y su obrar con el querer del Señor.  Es impresionante comprobar cómo lo manifiesta en su Diario  con oración tan expresiva  como ésta:  «Jesús, vive en mí y yo en ti, para ser más tú».

Es evidente que la meta que  se proponía  conseguir era la santidad, ardiente deseo de que está plagado su Diario, cuando repite una y otra vez como un estribillo, que le obsesionaba:  «Debo ser santo. Quiero ser santo. Jesús,  ayúdame a conseguir la santidad. Inspírame lo que debo hacer cada día para dar un paso adelante hacia la santidad».

Dice el Concilio Vaticano II que «los sacerdotes están obligados por especiales motivos a alcanzar la perfección, ya que se convierten en instrumentos vivos de Cristo, sacerdote eterno para continuar en el tiempo su obra admirable». Por ese  motivo, el Padre Juan, que conocía estas palabras conciliares, se urge a la santidad, afirmando categóricamente: «Por mi sacerdocio debo ser un santo y un santificador. Actuar bien este deber de ser hombre de recia y elevada espiritualidad, de continua abnegación, de celo vivo y animoso por la Iglesia, el sacerdocio y las almas. Tengo que ser santo, pues soy sacerdote de Jesucristo».

Y para conseguirlo,  se esforzaba en tratar a Jesús  con amor de enamorado, como lo han vivido los santos, aceptando gustosamente las exigencias de ese amor, sin desdeñar el dolor, la pobreza, la humillación y sin contemporizar jamás con la mediocridad. Y así podía afirmar con razón: «Si puedo amar plenamente a Cristo en cada momento, ¿qué me importa lo demás?»

Y como había saboreado lo bueno que es el Señor, él no quería otra cosa más que profundizar cada vez más en su gozo de amarle sin medida y aspirar a mayor santidad que él califica como su «mayor responsabilidad”, porque en palabras suyas «mejor es ser santo y morir que vivir vulgarmente».

Feliciano Villa Rivera
Vicepostulador

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