Mi legado . Capítulo 3º.
Las hermanas de Betania, Marta y María, destacan por la hospitalidad que ofrecen en su casa a Jesús y a los Apóstoles.
Marta se acredita por su actividad doméstica, para dar a Jesús y a los Apóstoles hospedaje y alimento. María, más bien, por escuchar la Palabra de Jesús y expresarle, con palabras y obras, la grandeza y finura de su amor.
Me parece oportuno el dejar aquí constancia del relato evangélico, tomado de San Lucas, 10, 38-42:
«… Mientras iban de camino -Jesús y los Apóstoles-, entró Él en cierta aldea, y una mujer, por nombre Marta, le dio hospedaje en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras. Pero Marta andaba muy afanada en los quehaceres del servicio, y presentándose, dijo: «Señor, ¿nada te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el servicio? Dila, pues, que venga a ayudarme» Y, respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta; te inquietas y azoras atendiendo a tantas cosas, cuando una sola es necesaria: con razón, María escogió la mejor parte, la cual no le será quitada».
Surge, espontánea, la aplicación, muy práctica, para vuestra vida de Siervas, conforme al auténtico espíritu del Instituto: actividad apostólica, sí; pero sin agobio ni inquietud, de tal modo que llegue a robar el tiempo y el sosiego necesario para la oración, alma de todo apostolado; máxime teniendo en cuenta que la actividad más característica de un alma, auténticamente sacerdotal, es la de orar por la creciente santificación de los sacerdotes y la eficacia de su apostolado.
Otros pasajes evangélicos, sumamente interesantes y aleccionadores, de los cuales me limito poco más que a ofreceros la correspondiente cita, son el de «La resurrección de Lázaro» (Jn. 11, 1-46), debida al siguiente mensaje de Marta y María a Jesús: «Señor, mira: el que amas, está enfermo». Jesús dijo a sus discípulos, aludiendo, veladamente, a su conocimiento divino de que ya se había producido la muerte del hermano de Marta y María: «Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarle».
Por lo demás, bien sabéis cómo se manifestó en este magnífico acontecimiento evangélico no sólo la maravillosa omnipotencia de Jesús, resucitando a Lázaro, después de llevar ya cuatro días sepultado y haberse iniciado la descomposición de aquel cuerpo, sino también el inmenso amor y la gratitud del corazón de Jesucristo hacia aquellos tres hospitalarios y afortunadísimos hermanos: Marta, María y Lázaro. ¿No han de quedar, pues, amadas Siervas, sin una gran recompensa de Cristo los servicios que le prestáis, en las personas de sus elegidos y ministros y, a través de ellos, a todo el pueblo de Dios?
El otro pasaje al que antes aludía, lo relata el mismo San Juan (12, 1-10), María de Betania unge al Señor, en las vísperas de su Pasión y Muerte. Dejemos al parecer de los exégetas si hemos de identificar o no a María, la hermana de Marta y Lázaro, con María Magdalena. El hecho es que este pasaje evangélico tiene por protagonista a María, que servía la mesa, y que Lázaro, su hermano, el resucitado, era uno de los comensales.
En un momento determinado, esta mujer quiso demostrar a Jesús su amor agradecido: «Tomando, pues, una libra de perfume de nardo legítimo, de subido precio, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó de la fragancia del perfume».
¡Finezas de un alma sacerdotal, de las de primera línea, en el tiempo y en la calidad!
¿Reacción de Jesús?… «En verdad os digo, donde quiera que en todo el mundo fuere predicado este evangelio, se hablará también de lo que hizo ella, para memoria suya» (Mt 26, 13)