Necesito acentuar el espíritu de fe y confianza: de audacia santa y de abandono filial en Dios.
INFANCIA
D. JUAN SÁNCHEZ HERNÁNDEZ nació en Villanueva del Campillo (Ávila) el 9 de noviembre de 1902. Hijo de Juan y Teresa, nació dos meses después del fallecimiento de su padre. Fue el último de cinco hermanos; dos de ellos murieron siendo niños. Recibió el bautismo al día siguiente de nacer, el 10 de noviembre de 1902, en la Iglesia parroquial de la Natividad de Nuestra Señora de Villanueva del Campillo.
Poco después de enviudar, su madre, doña Teresa, regresó a su pueblo natal, Pascualcobo (Ávila), donde pudo contar con el apoyo de sus padres y encontrar trabajo para sacar adelante a sus tres hijos. Así, la vida de Juan, entre 1902 y 1913, transcurrió en este pequeño pueblo, junto a sus abuelos, su madre, y sus dos hermanos, Félix y Tomasa. Recibió su primera Comunión el 8 de diciembre de 1909, festividad de la Inmaculada Concepción de María, en la Parroquia de San Pedro Apóstol de Pascualcobo.
Dos rasgos marcan su infancia: la profunda fe de su madre, mujer sencilla, muy piadosa y de gran fortaleza; y la pobreza material severa, cuyo recuerdo quiso conservar siempre, para cuidar tanto la sensibilidad con los pobres como el espíritu de humildad.
La familia fue muy importante para Juan durante toda su vida. Tanto su madre, doña Teresa, que siempre lo apoyó en su vocación, como su hermana, Tomasa, que fue maestra, constituyeron para él una presencia femenina fundamental, que está en el origen de su modo de descubrir el espíritu sacerdotal en la mujer. Su hermano Félix, casado, tuvo dos hijas que fueron Carmelitas Descalzas.
SEMINARISTA
Con el fin de hacer posible la vocación que sentía Juan al sacerdocio, y la de su hermana Tomasa, que deseaba ser maestra, doña Teresa se trasladó a Salamanca, donde encontró trabajo. Juan se matriculó como alumno externo en el Seminario en el curso 1913-1914. El 16 de marzo de 1915 recibió la Confirmación en la Parroquia de Ntra. Señora del Carmen de Salamanca. En el tercer curso de Teología, en 1922, pudo pasar al internado del Seminario, gracias a la ayuda de un benefactor, D. Andrés Charro. Desde septiembre de 1915 los Sacerdotes Operarios Diocesanos asumieron la dirección del Seminario de Salamanca; el joven seminarista Juan fue testigo de este acontecimiento y destinatario de la labor de los Operarios, cuya meta era la formación integral de los futuros sacerdotes.
INGRESO EN LA HERMANDAD DE SACERDOTES OPERARIOS DIOCESANOS
En 1924 ingresó como aspirante en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, fundada por el Beato D. Manuel Domingo y Sol. Finalizó sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Tortosa (Tarragona) como alumno de la Casa de probación de la Hermandad. Según testimonio de D. Vicente Lorens, que fue condiscípulo suyo en esta casa y llegaría a ser Director General, Juan destacó por la certeza que tenía de su vocación y por ser, a sus 23 años, un hombre «muy de Dios, muy espiritual».
SACERDOTE OPERARIO DIOCESANO
El 6 de junio de 1925 recibió el Diaconado y el 26 de julio de 1925 (año santo) fue ordenado Sacerdote, en Burgos, por el obispo auxiliar D. Jaime Villadrich. Celebró su primera misa en el Monasterio de clarisas de Santa Isabel de Salamanca, donde siendo seminarista había servido como acólito y con el que siempre mantuvo una entrañable relación.
En la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos realizó su consagración indefinida el 16 de julio de 1932, fiesta de la Virgen del Carmen. Siempre mantuvo una total disponibilidad y entrega a la que llamaba «nuestra queridísima madre la Hermandad», y en ella buscó alcanzar la santidad sacerdotal, para formar «sacerdotes santos y apostólicos».
Su primer destino fue el Seminario de Toledo, donde fue Prefecto de alumnos, entre 1925 y 1927. De allí pasó a Burgos donde fue Prefecto del Colegio de San José para vocaciones sacerdotales (1927-1928). Los colegios de vocaciones de la Hermandad, según el espíritu de Mosén Sol, debían ser una familia, un apostolado con los alumnos.
En Burgos enfermó seriamente de una tuberculosis, para cuya cura le enviaron al Balnerio de Panticosa (Huesca), aunque su salud quedó debilitada. De esta experiencia brota su sensibilidad hacia los enfermos, su aprecio del valor espiritual y redentor del sufrimiento, y su ahondamiento en la humildad (que ya le caracterizaba) como camino espiritual.
De 1928 a 1935 fue Prefecto del Seminario de Plasencia (Cáceres) y de 1935 a 1938 Rector en este Seminario. Aquí trabajó con entusiasmo en la obra del Fomento de Vocaciones Eclesiásticas, iniciada por el sacerdote operario Pedro Ruiz de los Paños (mártir y hoy beato), con quien le unió una gran amistad. En Plasencia desplegó un amplio apostolado: impulsó la catequesis con gran creatividad, divulgó la vocación sacerdotal, acompañó a religiosas y ejerció la dirección espiritual. Participó en la «Semana pro-Seminario» celebrada en Toledo del 4 al 10 de noviembre de 1935. Al estallar la Guerra Civil Española se preocupó especialmente por los seminaristas que se encontraban en el frente, y organizó oraciones en el Seminario pidiendo la paz.
Entre 1938 y 1943 fue Director Espiritual del Pontificio Colegio Español de San José en Roma, fundado por el Beato Manuel Domingo y Sol en 1892. Le tocó vivir el fallecimiento de Pío XI y los comienzos del pontificado de Pío XII en 1939, año en que había en el Colegio Español 33 alumnos, casi todos ya sacerdotes. Para cumplir la misión encomendada, el P. Juan se dedicó en profundidad al estudio, la lectura espiritual y la oración. Su fin era «la formación y santificación de los sacerdotes» y en 1943 escribe: «Quiero dar a la Hermandad, en mi nada, un Apóstol del Clero». Fueron tiempos difíciles: Guerra Civil Española, Segunda Guerra Mundial, necesidad y pobreza… Medita la Pasión de Cristo y el misterio de la Cruz, cuida el espíritu de reparación y de abnegación, busca un amor ardiente y práctico, desea vivir «el tercer grado de humildad» e invoca el Espíritu deseando llegar a ser uno «de los sacerdotes apostólicos y santos que ha de renovar al mundo».
En 1943 volvió al Seminario de Plasencia como Rector y en 1944 pasó a ser Director Espiritual en el Seminario Mayor de Salamanca, ministerio que ocupó hasta 1952. En 1940 el obispo D. Enrique Pla y Deniel había conseguido la restauración de la Universidad Pontificia de Salamanca, que estaba en plena expansión cuando el P. Juan se incorporó al equipo de Operarios Diocesanos responsables del Seminario Mayor San Carlos Borromeo. En estos años se dedicó con total entrega al acompañamiento a los seminaristas, sin excluir la atención a sacerdotes que buscaban su consejo espiritual y la confesión y dirección de religiosas; fomentó las vocaciones femeninas, en especial a monasterios de clausura. Inculcó en el Seminario sobre todo la oración y la responsabilidad personal en la vida interior y apostólica, siendo al mismo tiempo firme y caritativo. El encuentro personal con él transmitía su profunda vida interior, una humildad extraordinaria y gran confianza y fidelidad a la vocación sacerdotal.
Siendo Director Espiritual en Salamanca, en agosto de 1945 fue elegido miembro del Consejo General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, siendo Director General D. Vicente Lores. Fue consejero durante el sexenio 1945-1951, y en la Asamblea General de 1951 fue elegido Secretario General de la Hermandad, de nuevo con D. Vicente Lores como Director General. Ocupó el cargo de Secretario General hasta 1957 y en este tiempo visitó los centros de la Hermandad en América. Por motivo de este cargo, dejó Salamanca y pasó a Madrid en 1952, a la residencia de la Plaza Conde de Miranda, en el Madrid de los Austrias.
FUNDADOR DEL INSTITUTO SECULAR SIERVAS SEGLARES DE JESUCRISTO SACERDOTE
El P. Juan recordó al final de su vida la inspiración inicial del Instituto de esta manera: «Dios providente quiso servirse, juntamente con su gracia, sin la cual nada hubiera podido hacerse, de los treinta y cuatro años de vida de Seminario y veintiocho de sacerdocio, que a la sazón tenía en su haber y en su debe vuestro fundador, para decidirse, el día 24 de septiembre de 1953, fiesta de la Santísima Virgen de la Merced, a dar los primeros pasos encaminados a la fundación de un Instituto Secular de marcado espíritu sacerdotal. Fue en Madrid, en la iglesia de Corpus Christi, del Monasterio de Religiosas Jerónimas; después de un rato de oración ante el Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto. Doce años de dirección espiritual de seminaristas y sacerdotes y la promoción apostólica de un grupo femenino, con marcada inquietud interior de oración, sacrificio y apostolado, en ayuda y servicio de los sacerdotes, junto con el beneplácito y estímulo de superiores y consejeros, fueron los antecedentes remotos y próximos que precedieron y acompañaron a esta determinación: «Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote; si Tú lo quieres y crees que merece la pena, vamos a comenzar» (Mi Legado, 1975).
La iglesia del Corpus Christi, monasterio de monjas jerónimas popularmente conocido como «Las Carboneras» (Plaza Conde de Miranda, nº 3, Madrid), es considerado por este motivo como el lugar de «inspiración» de la fundación del Instituto, pues él mismo lo refirió en estos términos: “aquí, delante del Santísimo Sacramento, recibí la inspiración de fundar el Instituto” (Testimonio de Tomasa Sánchez). Era una idea madurada largamente, enraizada en la experiencia sacerdotal, y orada ante el Santísimo, en la adoración eucarística que marcó toda la vida del P. Juan. La clarificación de las primeras vocaciones tuvo lugar en una tanda de ejercicios espirituales que celebró en la casa de las Reparadoras de la calle de Torija. Entre estas mujeres, caracterizadas por un fuerte espíritu sacerdotal y a la vez por el deseo de apostolado en medio del mundo, estaba María Josefa Cortijo Corral, que era Presidenta del Centro Inter-diocesano de Oficinistas de Acción Católica. Ella fue la cofundadora y primera Directora General del primer Consejo provisional de Gobierno del Instituto, establecido el 8 de diciembre de 1954. El primer Cenáculo y de Formación del Instituto se inauguró en abril de 1955 en la calle San Raimundo, nº 4. El P. Juan quiso llamar «Cenáculos» a las casas de las Siervas, vinculando así el espíritu del Instituto al Jueves Santo.
El 2 de febrero de 1957, fiesta de la Purificación de María, el patriarca obispo de Madrid-Alcalá D. Leopoldo Eijo y Garay, firmó el decreto de erección en Pía Unión de Siervas de Jesucristo Sacerdote. Para poder dedicarse plenamente al Instituto como Capellán-Consiliario del mismo, en 1960 el P. Juan fue liberado por sus superiores de todo cargo en la Hermandad.
El 8 de diciembre de 1965 fue aprobado como Instituto Secular de Derecho Diocesano por su Santidad el Papa Pablo VI, el mismo día que concluyó el Concilio Vaticano II. El día anterior, 7 de diciembre, el Concilio había aprobado y promulgado el Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros (Presbyterorum ordinis). La coincidencia con estas jornadas históricas, así como con el undécimo aniversario de la primera consagración realizada en el Instituto, le pareció al P. Juan algo providencial. Y como detalle: «Una delicadeza más del Señor fue el concederme la difícil oportunidad de hablar con el Santo Padre, ofrecerle el Instituto e implorar su bendición para todas las Siervas». El 8 de diciembre de 1985, diez años después del fallecimiento del P. Juan, fue erigido Instituto Secular de Derecho Pontificio.
Desde 1966 vivió en la Residencia Vallehermoso de los Operarios en Madrid, dedicándose al Instituto como Capellán-Consiliario del mismo.
En 1975, año de sus Bodas de Oro Sacerdotales (50 años como Sacerdote) escribió el libro Mi Legado. A las Siervas Seglares de Jesucristo Sacerdote en el cincuentenario de mi sacerdocio, que contiene la expresión del carisma y su ideal del Instituto. Falleció el 18 de julio de 1975, ocho días antes de que se cumplieran sus Bodas de Oro, que él aspiraba a celebrar ya en el cielo.
APÓSTOL DEL SACERDOCIO
El P. Juan Sánchez Hernández vivió su vocación como una llamada del Señor a ser «sacerdote y apóstol del sacerdocio y de las almas sacerdotales». Lo sintió no como algo que él quisiera ser, sino como «el plan de Dios» para él. Vivió profundamente la relación entre la intimidad con Jesucristo Sacerdote y el apostolado, y ello le dio una mirada capaz de descubrir la dimensión sacerdotal en la Iglesia y en los bautizados. Hizo aflorar ese espíritu sacerdotal en muchas personas. Y lo descubrió en muchas mujeres haciendo crecer en ellas el amor a Jesucristo Sacerdote y todo lo sacerdotal. Trabajó por generar un Movimiento Apostólico Sacerdotal, un despertar de esta dimensión en cristianos de toda condición, una multiplicación de «apóstoles del sacerdocio» capaces de ser mediación entre Dios y los hombres, de atraer a Jesucristo Sacerdote, y de generar comunión «para que el mundo crea» (Jn 17,21).
Como fundador, identificó la espiritualidad carismática de las Siervas con el espíritu sacerdotal, rasgo específico y fundamental. Lo descubrió en la Escritura: primero en María, «la mujer cumbre de espíritu sacerdotal», «Madre sacerdotal, asociada íntimamente al sacrificio redentor de su Hijo», «Reina de los Apóstoles» reunida con ellos y con otras mujeres en el comienzo de la Iglesia en Pentecostés; luego en las mujeres que acompañaron a Jesús, cuyos gestos el P. Juan leyó en clave sacerdotal: la unción de Betania, la «mujer apóstol» Samaritana, María Magdalena, las que fueron las primeras «testigos y evangelistas» de la resurrección de Jesús; y propuso tres mujeres «insignes por su espíritu sacerdotal»: santa Catalina de Siena, santa Teresa de Jesús y santa Teresa del Niño Jesús. Estas fueron sus referencias para trabajar incansablemente en la promoción apostólica de las mujeres, viendo los comienzos de la apertura eclesial para confiar a la mujer ministerios eclesiales en colaboración con los pastores.
También como fundador optó por dar a las Siervas la forma canónica de Instituto Secular, según la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia (1947). Quiso que las Siervas vivieran la consagración, con los votos de pobreza, castidad y obediencia, «en el mundo y desde el mundo»: «contribuyendo desde el mundo a la consagración del mundo a su Creador y único Señor«. La inserción en el mundo, la vida profesional y el testimonio en todos los ámbitos de la vida social constituyen un elemento esencial de la vocación de la Sierva, para vivir la secularidad consagrada.
El intenso y constante deseo de santidad del P. Juan no provenía de un anhelo de la propia perfección, sino de la conciencia de que sacerdocio y santidad son inseparables: ser sacerdote es ser para los demás, y sólo se puede ser para los demás viviendo en santidad, viviendo en Dios.
Su estilo apostólico se caracterizó por la bondad, la compasión, el servicio y la caridad abnegada y alegre.