“Dominus meus et Deus meus,
quid me vis facere?”
Señor mío y Dios mío, ¿qué quieres que haga?
Esta era una de las jaculatorias preferidas del P. Juan. La repite en su Diario constantemente, también como invocación al Corazón de Jesús: “Sacrum Cor Jesu…, Tu mihi sufficis… Quid me vis facere?” Sagrado Corazón de Jesús…, Tú me bastas…, ¿Qué quieres que haga?
A lo largo de los años, esta oración acompañó su búsqueda de la voluntad de Dios. Era un modo sencillo de elevar el corazón y abrirse en disponibilidad absoluta a los caminos del Señor; un modo sencillo de tomar conciencia de que era Él quien guiaba sus pasos; un modo sencillo de ahondar en la docilidad y el espíritu de obediencia a la voluntad divina.
Esta oración fue penetrando en él y moldeando su interioridad. Por eso cuidó la “pureza de intención”, cuyo significado tradujo como: “No mi satisfacción, ni comodidad, o el no tener problemas. Sí, voluntad de Dios”. Y como: “No buscarme a mí mismo en las ocupaciones, haciendo lo que más me agrade, o lo más fácil, o para tener buen nombre o para no crear problemas, sino buscar puramente la voluntad de Dios y agradar a Dios” (Ejercicios espirituales de 1944).
El 30 de septiembre de 1971 anotó: “Secreto de la perseverancia: Orar a sus tiempos, vitalmente y puesto en presencia de Dios, interrogarme a cada paso: Domine Jesu, quid me vis facere? y hacer lo que me inspire”.
Cauce fundamental para esta búsqueda de la voluntad de Dios fueron los ejercicios espirituales de cada año, siempre ignacianos. En ellos interiorizó el Principio y Fundamento: “Dame que yo desee, entienda y acepte que todo viene de ti”. Y se propuso buscar “lo que me lleva más a Dios”, lo que a Él “le agrada”. Por eso sintió esta llamada: “llamada a identificarme con Cristo. […] Llamamiento a ser corredentor con Cristo Crucificado” (Ejercicios 1966).
Este espíritu de búsqueda le acompaña hasta el final. En los ejercicios de 1971 escribía: “Llegar a un conocimiento claro de lo que Dios quiere de mí y por mí, hoy y en estas circunstancias de mi vida, de la Iglesia, de la Hermandad y de las Siervas”. Y pedía: “Que mi vida sea un continuo caminar hacia ti, mi Dios, mi Señor, mi Amor, mi felicidad y descanso eterno”.
En diciembre de ese mismo año escribió:
“Atento a lo que debo hacer para agradar a Dios en cada momento, y hacerlo en unión con Cristo, por amor y con amor.
El verdadero amor de Dios consiste en conformarnos perfectamente con su santa voluntad, no queriendo hacer ni ser en la vida sino lo que el Señor quiere que cada uno seamos.
Tanto más perfecta será tu alma cuanto más al detalle cumpla y se goce en cumplir la voluntad de Dios”.
Tomó como guías en esto a Santa Teresa (estaba releyendo Camino de perfección) y a San Juan de la Cruz, anotando textos suyos, y pidió intensamente: “Hay en mí muchas cosas que se oponen a tu voluntad; dame luz para conocerlas, y fuerza para arrojarlas de mí”. E invocaba: “Teresa de Jesús, ayúdame a ser todo de Jesús” (15 de octubre de 1972).
Así se abrió a la acción de Dios en él: “El Espíritu Santo se me dará del todo y me santificará, si yo le abro enteramente las puertas de mi alma, entregándole plenamente mi libertad”. Que el P. Juan nos ayude a hacer nosotras este mismo camino.
María Jesús Fernández Cordero
Delegada para la Causa
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La docilidad y fidelidad a la acción del Espíritu Santo hizo en su vida una fuerza constante y decidora para la marcha de la comunidad de Siervas y es hoy una perfecta guia para las que participamos en el MAS.