Bendición e inauguración del Cenáculo Sacerdotal «Juan Sánchez Hernández, Apóstol del Sacerdocio» por el cardenal Osoro

Bendición e inauguración del Cenáculo Sacerdotal «Juan Sánchez Hernández, Apóstol del Sacerdocio» por el cardenal Osoro

En la tarde del 18 de mayo de 2019 el cardenal y arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, ha realizado la bendición e inauguración del Cenáculo Sacerdotal «Juan Sánchez Hernández» en la casa de la Calle San Juan de Ávila, nº 2, de Madrid.

Al llegar a la casa, el señor cardenal recorrió el jardín y las instalaciones del Cenáculo Sacerdotal, deteniéndose en la exposición de recuerdos de la vida y ministerio del P. Juan, orando en la capilla que alberga su tumba, y saludando a todas las Siervas, especialmente a algunas de las enfermas que esperaban orando en la capilla, y al grupo de amigos que nos acompañaban.

Tras la oración de bendición del Cenáculo, tuvo lugar la celebración de la eucaristía, presidida por don Carlos Osoro y concelebrada por el Vicario General, don Avelino Revilla, por D. Juan Carlos Vera, de la Vicaría I Norte, a la que pertenece la casa,  D. Juan Carlos Merino, de la Vicaría IV, D. Ángel Camino O.S.A., de la Vicaría VIII, D. José Miguel Martínez, Delegado de España de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, así como sacerdotes amigos del Instituto y especialmente vinculados al Cenáculo Sacerdotal.

La eucaristía, en la víspera del V domingo de Pascua, culminó un día de gran alegría para el Instituto. Don Carlos Osoro centró su homilía en tres palabras inspiradas en las lecturas del día y que han de constituir elementos esenciales de la vida del Cenáculo:

«Conversar»: el Cenáculo Sacerdotal, como espacio ofrecido a los sacerdotes, ha de ser un lugar en que éstos puedan conversar con Jesucristo y conversar con los demás. En esta conversación con el Señor, el sacerdote recibe su identidad profunda, renueva su vocación y misión, y se capacita para sostener los momentos propios y de los demás en que se oscurece la conciencia del ser cristiano. Desde aquí, la conversación con los otros es fecunda. En la lectura de Hch 14 se nos narra cómo Pablo y Bernabé, al regresar a Antioquía, desde donde habían sido enviados a la misión, «reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe». Es importante contar, hablar de lo que Dios hace en nuestras vidas y por medio de ellas.

«Ver»: ver la Iglesia y el mundo con los ojos de Dios. Sin esta mirada, la Iglesia no es para nosotros más que una institución. Pero si vemos como el Señor, descubrimos en ella el Pueblo que Él ha constituido. «Ver» significa reconocer el Misterio, descubrir la presencia del Señor en medio de los hombres. La lectura de Ap 21 nos dice que Juan vio «un cielo nuevo y una tierra nueva», «una ciudad santa enviada por Dios», y se le revela que «esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos». «Ver» significa reconocer que la Iglesia es esta «morada de Dios con los hombres«; que en ella, a pesar de las limitaciones de sus miembros, encontramos a Dios. Es preciso cuidar esta mirada para cuidar la vocación cristiana y sacerdotal, y el Cenáculo ha de favorecerlo.

«Actuar»: son las dos armas que nos ofrece el evangelio en el pasaje de Jn 13: la Cruz y el mandamiento nuevo del amor. En la Cruz «es glorificado el Hijo del hombre». No nos salva el tener éxitos en la vida, sino el tener la Cruz de Jesucristo; ella nos lleva a la resurrección. Esta dinámica de morir a nosotros mismos para resucitar en el Señor ha de caracterizar nuestra vida. El mandamiento nuevo: «que os améis unos a otros como yo os he amado», es la señal que identifica a los discípulos de Jesucristo. El Cenáculo ha de ser un lugar para conversar con el Señor y ver a quién servimos, a quién amamos y cómo amamos.

Al final de la celebración de la Eucaristía, la Directora General del Instituto, María José Castejón, dirigió unas palabras. Agradeció a las Siervas el haber hecho posible el Cenáculo Sacerdotal y nos invitó a la santidad de vida: orar por la santidad de los sacerdotes llama a nuestra propia santidad, coherencia y ofrenda de la vida. Agradeció la presencia y el apoyo desde el principio del señor cardenal Osoro para este proyecto. Agradeció a todos los sacerdotes presentes su cercanía y amistad con el Instituto y con este proyecto. Vinculó la inauguración de este Cenáculo con los proyectos de este mismo tipo y con el impulso del Movimiento Apostólico Sacerdotal en Chile, México y Argentina, países con realidades eclesiales muy difíciles, en las que las Siervas sufren y trabajan por la Iglesia con gran entrega. Señaló la importancia de cuidar la vocación sacerdotal (y toda vocación), no ya en los ilusionantes momentos del principio, sino sobre todo en las situaciones difíciles, en la enfermedad, la ancianidad, las adversidades, señalando que esos son los tiempos más auténticos e intensos del sacerdocio existencial, la ofrenda de la vida unidos a Jesucristo. Agradeció la presencia de padres de las Siervas, pues ellos son «la tierra buena» que da buenos frutos. Los sacerdotes necesitan esta «tierra buena» para que su vocación pueda nacer y crecer. Por eso hay que trabajar con las familias y con los jóvenes. Adolescentes y jóvenes presentes, procedentes del Movimiento Apostólico Sacerdotal que va surgiendo en el barrio de Vallecas de Madrid, respondieron con una gran ovación, a la que se sumó toda la asamblea.

Después de la celebración de la eucaristía, el señor cardenal, los vicarios, sacerdotes y Consejo General del Instituto, compartieron la cena, mientras todos los demás presentes compartieron también una cena más informal.

María Jesús Fernández Cordero
Delegada para la Causa

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