La familia en la vida del P. Juan

La familia en la vida del P. Juan

El pasado 19 de marzo se inauguró un año especialmente dedicado a la familia, coincidiendo con el quinto aniversario de publicación de la exhortación apostólica Amoris laetitia.

Recordaba recientemente el Papa en un mensaje que «cuando la familia vive bajo el signo de esta comunión divina, que he querido explicitar en sus aspectos existenciales en Amoris laetitia, entonces se convierte en palabra viva de Dios-Amor, pronunciada al mundo y para el mundo (…) En este tiempo de pandemia, en medio de tantas dificultades tanto psicológicas como económicas y sanitarias, todo esto ha resultado evidente: los lazos familiares han estado y siguen estando muy probados, pero al mismo tiempo continúan siendo el punto de referencia más firme, el apoyo más fuerte, la salvaguarda insustituible para la estabilidad de toda la comunidad humana y social.

»¡Apoyemos, pues, a la familia! Defendámosla de todo lo que comprometa su belleza. Acerquémonos a este misterio de amor con asombro, discreción y ternura. Y comprometámonos a salvaguardar sus vínculos preciosos y delicados: hijos, padres, abuelos… Necesitamos estos vínculos para vivir y vivir bien, para hacer la humanidad más fraterna» (Mensaje a los participantes en el Congreso online “Nuestro amor cotidiano”. Para la apertura del Año “Familia Amoris laetitia”).

Cuando te acercas a la biografía del P. Juan vuelves a constatar la verdad de aquel refrán castellano: «detrás de todo gran hombre se esconde una gran mujer». En su vida, imposible no darte cuenta del influjo que su familia –sobre todo su madre y su hermana- tuvieron sobre él. El Señor se sirvió de esas dos mujeres (su padre moría dos meses antes de su nacimiento) para templar el alma del que llegaría a ser “Apóstol del sacerdocio y de las almas sacerdotales”. Al descubrir la influencia tan grande que la madre y la hermana han tenido en el Siervo de Dios, entendemos la confianza que él tuvo en las capacidades de la mujer a la hora de fundar un Instituto femenino de espíritu sacerdotal.

La presencia de su madre es trasversal a lo largo de su vida. El propio P. Juan llegará a afirmar en noviembre de 1925 que, junto a las prácticas de devoción, fue “la vigilancia de mi querida madre y amados superiores, la causa de que haya tenido una vida de relativo fervor durante los años de mayor número de peligros para mi vocación».

La infancia del Siervo de Dios está muy marcada por la figura materna en un hogar profundamente cristiano. El rezo diario del rosario y la lectura de vidas de santos eran dos elementos que articulaban la particular pedagogía de Dña. Teresa. Al mismo tiempo que les inculcaba el cumplimiento del deber, la caridad con los demás y la idea de vivir agradecidos con profunda alegría. Todo esto a pesar de encontrarse en unas circunstancias nada fáciles, donde la precariedad y la carencia material eran lo normal. En muchas ocasiones el Siervo de Dios repetirá en sus escritos personales la frase «Recordar lo que fui en Pascualcobo», para vivir con humildad, como humilde fue su infancia.

El descubrimiento del diario espiritual de la madre de don Juan en el archivo del Instituto por él fundado, ha aportado mucha luz para conocer mejor el contexto familiar en el que creció. En sus páginas aparece una mujer de una fe recia y de una espiritualidad sacerdotal, eucarística, reparadora y apostólica que vive hasta las últimas consecuencias. Manifiesta un amor inquebrantable a la Virgen y un deseo profundo de hacer en todo momento la voluntad de Dios y no aspirar a ninguna otra cosa. Doña Teresa es una mujer que se consagra al Señor al quedarse viuda, para no tener más esposo, más consuelo ni más Señor, que el mismo Dios: «Por el bautismo fui consagrada y dedicada dichosa y santamente a mi Dios para ser hija suya… y a hacer su voluntad voy a dedicar toda mi vida, a servirla y a amarla eternamente».

Me parece imposible comprender en profundidad la figura y espiritualidad del Siervo de Dios sin especificar el papel que su madre y hermana jugaron en su vida. Se entiende, por ello, que recientemente los restos mortales de estas dos grandes mujeres fueran trasladados a pocos metros de donde reposa el cuerpo del P. Juan en Madrid.

Fernando del Moral Acha
Sacerdote de la diócesis de Madrid

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