Era mi madre (P. Juan)

Como continuación del artículo anterior, compartimos un escrito del P. Juan con ocasión de la muerte de su madre. Fue publicado en la Revista «Siguiendo al Maestro» en marzo de 1962.

ERA MI MADRE

La madre de un sacerdote.

Nací, y al día siguiente me hiciste bautizar. Celosa, austera, ejemplarmente vigilante los años de mi infancia.

Me leías las Vidas de los Santos. Me llevaste contigo, sencilla, íntimamente a comulgar, Era un día de la Virgen.

Luego, unos años de estrechez, de angustia, de prueba ardua de tu gran fe. Decías a todos: «Quien a Dios busca, a Dios encuentra».

Y Dios vino a tu encuentro. Y encaminaste mis pasos hacia el Seminario. Díez años. Yo siempre a tu lado, así lo quiso Dios. Tú siempre vigilante. No pocos fueron cayendo en la ruta, Pero, tu comunión de cada día, tu ejemplaridad y prudentes amonestaciones, cuando las juzgaste oportunas, me sostuvieron a mí, sin ningún mérito mío, en el camino, hasta vestir la sotana y pasar al Internado.

Luego, el Señor, «porque es bueno y su misericordia es eterna», me eligió para educador de sacerdotes, y tú, sencillamente, me dijiste: «Fíat».

Nos fundimos en un gran abrazo el día de mi ordenación sacerdotal y en el de mí Primera Misa. ¿El más grande de tu vida?… Acaso.

Te sentiste animosa y, siempre escoltada por tu ángel tutelar, con el que compartiste los dos tercios de tu larga vida, visitaste la Ciudad Eterna y luego te llegaste a la Ciudad Imperial para abrazar a tu hijo, en su primer puesto de trabajo. ¡Qué lejos estábamos entonces de pensar, tú y yo, madre querida, de que en esta última ciudad habías de recibir mi último beso, antes de acompañarte hasta la tumba!

Desde entonces, treinta y seis años para ti de apacible convivencia familiar y apostólica con la que tu llamaste «hija querida», una hora antes de expirar, consagrada ella, siempre, al apostolado de la enseñanza.

Y, al fin, el balance que tú misma hiciste de una vida sencillamente santa: « ¡ochenta años comulgando todos los días!… Señor, dadme poco mal y buena muerte… Señor, vuestra soy; para Vos nací. ¿Qué queréis Señor, de mí?…»

Y el Señor quiso, después de visitarle semanalmente durante tu enfermedad, venir solemnemente a tu encuentro rodeada de sacerdotes y de maestras, pocas horas antes de morir. Quiso traerte también, desde lejos, sorteando dificultades a tus hijos ausentes.

A tu lado tuviste a tu hijo sacerdote en las últimas horas. Él te leyó la recomendación del alma. Te dio la última absolución, mientras hacías un esfuerzo supremo por santiguarte. Besaste su Crucifijo, indulgenciado para la hora de la muerte. Aún tuvo tiempo de pagarte, en buena moneda, con algunos misterios del Rosario los muchos que tú aplicaste por él durante tantos años como rezaste el Rosario completo.

Y así, suavemente, dulcemente, entreabriste los labios, cerraste los ojos y te «dormiste en el Señor».

¡Madre!¡Qué muerte tan envidiable la tuya! ¡Y cuánta paz la que Dios ha derramado en el alma de tus hijos como primicias, sin duda, de tu amorosa intercesión!

Descansa, tú también, con paz madre querida.

Y acepta este manojo de recuerdos que, con corazón agradecido, deposita, reverente, sobre tu sepulcro,

Tu hijo sacerdote [P. Juan]

Texto recogido por Fernando del Moral Acha
Sacerdote de la diócesis de Madrid

2 comentarios. Dejar nuevo

  • Inocencia Serrano
    5 septiembre, 2021 5:00 pm

    Me ha emocionado esta carta.
    Con tantas vueltas que he dado a los escritos del Padre esta carta no la conocia. ¡ que ternura y cariño exquisito rezuman sus palabras !
    Gracias Padre Juan.

    Responder
  • El Padre Juan sigue siendo un vivo testimonio de cariño y fidelidad tanto en lo humano como en lo espiritual. Que la fuerza del Espíritu Santo nos ayude a cumplir los deseos que él quería para cada una de las Siervas

    Responder

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