En la tempestad, la vida y la fuerza del Espíritu

En la tempestad, la vida y la fuerza del Espíritu

En el momento extraordinario de  oración en tiempos de pandemia que presidió el papa Francisco el 27 de marzo, en el atrio de la basílica de San Pedro, nos hacía meditar el Santo Padre cómo estos acontecimientos -similares a “la tempestad” que hizo temer a los discípulos que su barca se hundiera- dejan al descubierto nuestra vulnerabilidad, nuestras falsas seguridades y apariencias. Pero nos hacía ver también el Papa “la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas”; nos ayudaba a descubrir “la vida del Espíritu” en las vidas que nos sostienen, las de las “personas comunes, corrientemente olvidadas”, pero cuya aportación es decisiva.

Esta vida del Espíritu era la que pedía el P. Juan cuando, en 1942, siendo director espiritual del Pontificio Colegio Español de San José en Roma, se preparaba para la solemnidad de Pentecostés. Todavía estaba muy reciente la Guerra Civil española y era el tiempo de la Segunda Guerra Mundial, que el Colegio padeció en Roma con grandes dificultades y pobreza; este era el contexto, y en él toman sentido estas palabras de su Diario:
“Pentecostés:  Se acerca la llamada al heroísmo.
“Nada que me turbe”
“Recogimiento interior con el Divino Huésped”
“Darse, sin encogimientos».

En estos días pedía “practicar, sin eufemismos ni cobardías, el tercer grado de humildad”.

Era consciente de que, para recibir la fuerza del Espíritu, necesitaba prepararse, y su mes de mayo estuvo marcado por la oración con María y por la Hora de oración reparadora, espíritu desde el que deseaba “servir a Dios sin límites…, sin preocupaciones de salud, de estima o desestima de los hombres, etc.»
Y la semana de Pentecostés consistió para él en vivir la “intimidad con el Espíritu Santo”, y practicar un recogerse, varias veces al día, “para saludar al Espíritu Santo viviente y operante en mí”.

De este modo de vivir “la tempestad” podemos aprender hoy. Las limitaciones no han de ser límites, la vulnerabilidad no nos debe llevar al miedo, la acogida o rechazo de los demás no ha de ser lo que nos guíe… ¿De dónde procederá la paz, la fuerza, la entrega humilde,  generosa y confiada, sino de la visita del Divino Huésped y la hospitalidad que le demos? Tiempo de vivir en el Espíritu. Como dice el Papa, «la oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras». Este fue también el secreto del P. Juan, que pedía en estos días: «Veni, Sancte Spiritus, infunde amorem cordibus…».

María Jesús Fernández Cordero
Delegada  para la Causa

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