Benedicto XVI y el P. Juan

Por Fernando del Moral Acha

Con ocasión del reciente fallecimiento de Benedicto XVI se han escrito numerosos artículos destacando diversos aspectos de su vida, de su magisterio y de la repercusión de su figura. En las imágenes de su funeral destacaba la gran cantidad de sacerdotes, y sacerdotes jóvenes, que concelebraron y esto me hizo recordar uno de los hitos del pontificado de Benedicto XVI: el Año sacerdotal.

Convocado en el año 2009, con ocasión del 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, trajo a nuestra consideración aquella frase del mismo santo: «el sacerdotes un latido del Corazón de Jesús». El Magisterio de Benedicto XVI sobre el sacerdocio es riquísimo (y ya desde antes de su elección como Sucesor de Pedro): todas las intervenciones que tuvieron lugar a lo largo de ese Año pero también las homilías de la Misa Crismal, encuentros con el clero de Roma o con sacerdotes y seminarista en sus numerosos viajes apostólicos. En cada texto nos encontramos con la pedagogía del profesor, la precisión del teólogo, la sabiduría del maestro y la fuerza del sacerdote.

Querría señalar aquí solo dos textos para situarlos en paralelo con el espíritu del Venerable Juan Sánchez Hernández. El primero, un párrafo de la carta de convocatoria del Año sacerdotal (16 de junio de 2009) en el que señalaba el Papa: «Queridos hermanos en el Sacerdocio, pidamos al Señor Jesús la gracia de aprender también nosotros el método pastoral de san Juan María Vianney. En primer lugar, su total identificación con el propio ministerio. En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su “Yo filial”, que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad. De modo análogo y con toda humildad, también el sacerdote debe aspirar a esta identificación. Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro». Este deseo de santidad atraviesa todos los escritos del P. Juan. Son numerosas las llamadas que él mismo se hace a la santidad: como sacerdote, como Operario y como Fundador. «El Señor me apremia para que tome en serio el deber de tender a la santidad heroica» porque sabe que «el sacerdote está llamado a una gran santidad. Hemos recibido gracias singulares». De manera radical señala: «Jesús no se contenta de mí con menos que con la verdadera santidad sacerdotal, con la santidad heroica. Me ha elegido, por sus secretos juicios, para molde de sacerdotes santos y apostólicos. Aquí no hay opción: o la santidad verdadera o la bancarrota».

El segundo texto es de una audiencia general del 26 de mayo de 2010, comentando la misión de gobernar que el sacerdocio lleva consigo: «¿De dónde puede sacar hoy un sacerdote la fuerza para el ejercicio del propio ministerio en la plena fidelidad a Cristo y a la Iglesia, con una dedicación total a la grey? Sólo hay una respuesta: en Cristo Señor. El modo de gobernar de Jesús no es el dominio, sino el servicio humilde y amoroso del lavatorio de los pies, y la realeza de Cristo sobre el universo no es un triunfo terreno, sino que alcanza su culmen en el madero de la cruz, que se convierte en juicio para el mundo y punto de referencia para el ejercicio de la autoridad que sea expresión verdadera de la caridad pastoral. Los santos, y entre ellos san Juan María Vianney, han ejercido con amor y entrega la tarea de cuidar la porción del pueblo de Dios que se les ha encomendado, mostrando también que eran hombres fuertes y determinados, con el único objetivo de promover el verdadero bien de las almas, capaces de pagar en persona, hasta el martirio, por permanecer fieles a la verdad y a la justicia del Evangelio». ¡Cuánto fruto sacaba el Venerable Siervo de Dios de la contemplación del lavatorio de los pies! Así lo expresó en el primero Directorio del Instituto: «Él quiso fijar, con especial firmeza y relieve, en mi alma, su actitud como “Señor y Maestro”, dándonos ejemplo de humildad y de caridad en el momento cumbre de la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio: “He aquí que yo estoy en medio de vosotros como el que sirve…” “Me llamáis vuestro Señor y Maestro y decís bien, pues lo soy…” “Ejemplo os he dado -(lavando los pies a sus discípulos)- para que así como yo lo he hecho, así lo hagáis también vosotros” (Jn. 14, 13-15)».

Quien se acerca a la vida del P. Juan se da cuenta que la humildad es una de sus virtudes características: ni los distintos destinos pastorales, ni el formar parte del Gobierno General de la Hermandad ni luego su misión de Fundador le convirtieron en una persona autoritaria o despótica. Consciente de sus limitaciones sea abandonaba solo en Dios, sabiendo dar un paso atrás cuando las circunstancias lo exigían. El modo en el que dirigió los comienzos del nuevo Instituto Secular y el modo en el que pasados los primeros momentos entregó toda la autoridad a las Siervas a las que correspondía el gobierno ponen de manifiesto su virtud.

Hoy, como siempre, hacen falta en la Iglesia y en el mundo referentes de santidad sacerdotal concreta, sencilla pero real. «¿Quieres saber más claramente una cosa? Jesús sacramentado, querido, acompañado, recibido e imitado, es un secreto maravilloso de santidad personal y de fecundidad apostólica».

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